Pedir perdón a alguien con quien lo sientas, lejos de mostrarte débil, te hace fuerte. A veces nos puede el ego. Otras veces no somos conscientes.
Seguro ha habido circunstancias en tu vida que has actuado de una manera en la que, sin quererlo, has hecho daño o perjudicado a otras personas. Esas personas pueden ser conocidas o no, y si son conocidas, puede que sean amigos. Sea como fuere, el impacto que generas en ellas y la forma en la que esas personas aceptan cómo te comportas con ellas no lo puedes controlar. Solo puedes controlar lo que está en tu mano.
Ahí vamos. Ese es el punto principal. Lo que está en tu mano. En tu mano está disculparte si has podido herir a alguien. Generar algún tipo de discordia en el que ni mucho menos era intención dañar o provocar cualquier tipo de emoción negativa. Pedir perdón te hace grande. Pedir perdón te hace fuerte.

Eres responsable de lo que dices y lo que haces, no de lo que otros creen que dices o haces. Y pedir perdón no da lugar a dudas. Pedir perdón te hace libre.
Además, es un ejercicio tremendo para aparcar el ego. Si estás en un momento tenso con otra persona, que crees que tienes razón en el debate o discusión, y estás sintiendo esto que sube por el pecho y la garganta y parece que tiene que ser expulsado, eso es ego. Quiere salir y dejarte en evidencia. Domínalo. Respira. Piensa si quieres tener razón, o si prefieres ser feliz. No sé tú, pero yo lo tengo claro. Pedir perdón a alguien con quien lo sientas te hace feliz.
Si en ese proceso de ser consciente de que quien habla es tu ego y no tu ser, has dañado a la otra persona, o la has hecho sentir peor, o no la has ayudado, pide perdón. Dormirás más tranquilo, en serio.
Te espero en el siguiente.